Entradas

El discurso vacío

Imagen
"Aquello que hay en mí, que no soy yo, y que busco. / Aquello que hay en mí, y que a veces pienso que / también soy yo, y no encuentro. Aquello que aparece porque sí, brilla un instante y luego se va por años / y años. Aquello que yo también olvido. Aquello / próximo al amor, que no es exactamente amor; / que podría confundirse con la libertad, / con la verdad / con la absoluta identidad del ser / –y que no puede, sin embargo, ser contenido en palabras / pensado en conceptos / no puede ser siquiera recordado como es. / Es que es, y no es mío, y a veces está en mí. / (muy pocas veces); y cuando está, / se acuerda de sí mismo / lo recuerdo y lo pienso y lo conozco. / Es inútil buscarlo; cuanto más se le busca / más remoto parece, más se esconde. [...] Este es mi mal, y mi razón de ser".  El discurso vacío , Mario Levrero, 1996

El poder del ahora

Imagen
“Hasta los treinta años, viví en un estado de ansiedad casi continua, salpicada con periodos de depresión suicida. Ahora lo siento como si estuviera hablando de una vida pasada o de la vida de alguien diferente. Una noche, no mucho después de cumplir veintinueve años, me desperté de madrugada con un sentimiento de absoluto terror. Había despertado con ese sentimiento muchas veces antes, pero esta vez era más intenso que nunca. El silencio de la noche, los contornos vagos de los muebles en la habitación oscura, el ruido distante de un tren, todo parecía tan ajeno, tan hostil y tan absolutamente sin sentido que creó en mí un profundo aborrecimiento del mundo. Lo más odioso de todo, sin embargo, era mi propia existencia. ¿Qué sentido tenía continuar viviendo con esta carga de desdicha? ¿Por qué seguir con esta lucha continua? Podía sentir un profundo anhelo de aniquilación, de inexistencia, que se estaba volviendo mucho más fuerte que el deseo instintivo de continuar viviendo. "

La dicha eterna

Imagen
Estaba  profundamente decepcionado, porque ahora parecía que todo había sucedido en vano. En realidad, todavía hubieron de pasar unas tres semanas antes de que pudiera decidir de verdad vivir otra vez. No podía comer porque la comida me rep elía . La vida y el mundo entero me parecían una prisión. Durante aquellas semanas, viví a un ritmo extraño. Por el día solía estar deprimido. Con pesimismo, pensaba: “Ahora tengo que volver a este mundo gris”. Cuando se acercaba la noche, me dormía, y el sueño me duraba hasta aproximadamente la media noche.  Entonces volvía a mí mismo y permanecía despierto en la cama alrededor de una hora, pero en un estado del todo transformado. Era como si estuviera en éxtasis. Me sentía como si flotara en el espacio, como si estuviera a salvo, en el útero del universo: en un tremendo vacío, pero que estaba lleno de la mayor sensación de felicidad posible. “Esto es la dicha eterna”, pensaba. “Esto no puede describirse. ¡Es demasiado maravilloso!”.

Despedida

Imagen
"... para mi sorpresa, me acompañó calle abajo hasta donde tenía aparcado el coche. Siguió caminando a mi lado en silencio, con la pipa en la boca, perdido evidentemente en sus pensamientos, y yo tampoco dije nada. De repente, se volvió a mí y me  preguntó: "¿Por qué no me entienden?". Había un tono en su voz que no había oído antes y era a la vez quejoso, inquisitivo y dolorido. Instintivamente sentí que sabía a quién se estaba refiriendo. Quienes no lo entendían eran el mundo de afuera, el mundo de la ciencia, de la psicología y la psiquiatría académicas, de las religiones organizadas, de los prejuicios que persistían en malinterpretar y citar de forma errónea sus descubrimientos y puntos de vista sobre el mundo interior y la mente humana. Noté en aquella pregunta algo de soledad que sufre el explorador, el buscador que osa mirar más allá de lo aceptado y lo conocido, y que no puede actuar de otra manera.     Yo le contesté: "Señor Jung, sabe tan bien como cua

Mabel

Imagen
"Cuando me volví otra vez hacia Mabel, vi que se estaba quitando la ropa. Había dejado sus zapatos en la arena, cerca de la muralla, y se sacó la blusa. Tenía pechos grandes y firmes; apenas oscilaron con los movimientos que hizo para quitarse el pantalón. No usaba otra clase de prendas. Su desnudez, que llevaba con tanta naturalidad como un vestido de todos los días, me dejó mudo, clavado en mi sitio. Sufrí una serie de reacciones, muy rápidas, que solo tiempo después me ocupé en analizar al recordarla. Había una contradicción, ya en la muchacha, ya en mí mismo, que me provocaba las reacciones, distintas y aún antagónicas. El cuerpo era de una belleza sólida, de una lujuria excitante, y lo primero que sentí fue un deseo rabioso de poseerla. Una oleada de ansiedad sexual me recorría todo el cuerpo y finalmente me provocaba una erección total y perentoria. Pero Mabel era algo más que su cuerpo, y se presentaba ante mis ojos como la imagen misma de la inocencia. No había en su

Un café con una iluminada

Imagen
Entró al café con una sonrisa extremádamente cálida, risueña, y en calma, como si todo fuese normal. Por supuesto, ese día no sucedía nada particularmente anormal. En realidad, para ella, todo estaba sucediendo.  No llevaba un manto blanco sobre su cuerpo ni tenía puesto un vestido hindú. Al verme, no me hizo ningún tipo de reverencia juntando las palmas de sus manos, ni tampoco inclinó su cuerpo hacia adelante como símbolo o señal de bienvenida. Su rostro no estaba cubierto y su cabello era largo, llevándolo al viento. No parecía ser una santa, mucho menos un ser superior, un personaje de la India o de alguna religión ortodoxa u oriental a la que muchos se arrodillarían para venerarla, buscando la bendición, la absolución de sus pecados, la salvación eterna.  Tampoco tenía dibujado o pegado el tercer ojo en su frente pero, sin embargo, veía más que todos.  En el café, nadie la reconocía ni se percataba de su presencia, pero ella sí, se reconocía en todo y en todos. Ella estaba pr

Experiencia número 3

Imagen
La tercera revelación llegó a mí igual que las dos anteriores, sorpresivamente y sin avisar, aunque para mi pesar, fue la experiencia que menos duró en términos de tiempo (no llegaba a completar el minuto). Eso me llevó a entender, o a intuir, que mi  terquedad, l a falta de rebeldía  y/o la resistencia de mi ego hacían que el regreso a casa se hiciese esperar. ¿O quizás era el miedo? Sí, probablemente era eso: miedo al éxtasis del ser, a la abundancia y a la plenitud; a algo grande, muy grande.  En estos momentos pienso en la película de Michael Douglas, Un día de furia, y se me proyectan en la mente imágenes de personas que, de la nada y progresivamente, se empiezan a transformar, a llenarse de ira por dentro, como Hulk, o en este caso, como Michael Douglas. Como si agarrásemos un globo y comenzáramos a llenarlo de aire, a meterle presión, a jugar y explorar sus límites y su capacidad. Evidentemente, por cuestiones y leyes físicas, la explosión del globo es inminente. Exacta