Un café con una iluminada
Entró al café con una sonrisa extremádamente cálida, risueña, y en calma, como si todo fuese normal. Por supuesto, ese día no sucedía nada particularmente anormal. En realidad, para ella, todo estaba sucediendo. No llevaba un manto blanco sobre su cuerpo ni tenía puesto un vestido hindú. Al verme, no me hizo ningún tipo de reverencia juntando las palmas de sus manos, ni tampoco inclinó su cuerpo hacia adelante como símbolo o señal de bienvenida. Su rostro no estaba cubierto y su cabello era largo, llevándolo al viento. No parecía ser una santa, mucho menos un ser superior, un personaje de la India o de alguna religión ortodoxa u oriental a la que muchos se arrodillarían para venerarla, buscando la bendición, la absolución de sus pecados, la salvación eterna. Tampoco tenía dibujado o pegado el tercer ojo en su frente pero, sin embargo, veía más que todos. En el café, nadie la reconocía ni se percataba de su presencia, pero ella sí, se reconocía en todo y en todos. Ella estaba pr