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Mostrando entradas de marzo, 2019

El poder del ahora

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“Hasta los treinta años, viví en un estado de ansiedad casi continua, salpicada con periodos de depresión suicida. Ahora lo siento como si estuviera hablando de una vida pasada o de la vida de alguien diferente. Una noche, no mucho después de cumplir veintinueve años, me desperté de madrugada con un sentimiento de absoluto terror. Había despertado con ese sentimiento muchas veces antes, pero esta vez era más intenso que nunca. El silencio de la noche, los contornos vagos de los muebles en la habitación oscura, el ruido distante de un tren, todo parecía tan ajeno, tan hostil y tan absolutamente sin sentido que creó en mí un profundo aborrecimiento del mundo. Lo más odioso de todo, sin embargo, era mi propia existencia. ¿Qué sentido tenía continuar viviendo con esta carga de desdicha? ¿Por qué seguir con esta lucha continua? Podía sentir un profundo anhelo de aniquilación, de inexistencia, que se estaba volviendo mucho más fuerte que el deseo instintivo de continuar viviendo. "

La dicha eterna

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Estaba  profundamente decepcionado, porque ahora parecía que todo había sucedido en vano. En realidad, todavía hubieron de pasar unas tres semanas antes de que pudiera decidir de verdad vivir otra vez. No podía comer porque la comida me rep elía . La vida y el mundo entero me parecían una prisión. Durante aquellas semanas, viví a un ritmo extraño. Por el día solía estar deprimido. Con pesimismo, pensaba: “Ahora tengo que volver a este mundo gris”. Cuando se acercaba la noche, me dormía, y el sueño me duraba hasta aproximadamente la media noche.  Entonces volvía a mí mismo y permanecía despierto en la cama alrededor de una hora, pero en un estado del todo transformado. Era como si estuviera en éxtasis. Me sentía como si flotara en el espacio, como si estuviera a salvo, en el útero del universo: en un tremendo vacío, pero que estaba lleno de la mayor sensación de felicidad posible. “Esto es la dicha eterna”, pensaba. “Esto no puede describirse. ¡Es demasiado maravilloso!”.

Despedida

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"... para mi sorpresa, me acompañó calle abajo hasta donde tenía aparcado el coche. Siguió caminando a mi lado en silencio, con la pipa en la boca, perdido evidentemente en sus pensamientos, y yo tampoco dije nada. De repente, se volvió a mí y me  preguntó: "¿Por qué no me entienden?". Había un tono en su voz que no había oído antes y era a la vez quejoso, inquisitivo y dolorido. Instintivamente sentí que sabía a quién se estaba refiriendo. Quienes no lo entendían eran el mundo de afuera, el mundo de la ciencia, de la psicología y la psiquiatría académicas, de las religiones organizadas, de los prejuicios que persistían en malinterpretar y citar de forma errónea sus descubrimientos y puntos de vista sobre el mundo interior y la mente humana. Noté en aquella pregunta algo de soledad que sufre el explorador, el buscador que osa mirar más allá de lo aceptado y lo conocido, y que no puede actuar de otra manera.     Yo le contesté: "Señor Jung, sabe tan bien como cua