Tres veces toc toc

Tenía muchas ganas de increpar a aquel muchacho que venía del interior, pararlo y decirle "¿qué pasa, campeón? Ya me golpeaste tres veces la puerta; realmente no sé cómo abrirte, mandame una señal de humo, un mapa, un e-mail con instrucciones, algo, porque no estoy entendiendo".

Por supuesto que era yo quien había puesto el candado que, a esas alturas, parecía estar bien oxidado. Descifrar el laberinto y abrir el candado para volver a casa, por como venía la mano, se había convertido en una odisea al mejor estilo Harry Potter o El Señor de los Anillos, pero con la particularidad de que Harry debía de luchar solo contra Voldemort, desde el primer tomo, sin Hermione, sin Ron; y Frodo, llegar a Mordor, arrojar el anillo y salvar la Tierra Media, sin la ayuda de Sam, Gandalf, Aragorn y companía. Sí, una aventura hermosa. 

Un mago blanco, o un niño mago me habría venido muy bien. Aunque probablemente ni con magia lograría completar el puzzle. Un puzzle de 127.329 piezas, más o menos, y todas ellas parecidas. La realidad era que me estaba costando convencer a mi niño interior, hacer que entre en razón, o mejor dicho, en modo corazón; parecía que el infante boyscout quería seguir bajo su caparazón, continuar durmiendo, hibernando. Era lógico si lo analizaba desde el punto de vista metereológico; en los gélidos inviernos del sur a casi nadie le gusta salir, ni siquiera para asomarse, a ver si llueve, o si nieva. ¿Y salir para qué? ¿Intensidad? ¿Abundancia? No, no era negocio. Ese niño ya tenía el chip de la carencia implantado bien hasta el fondo del cerebelo. 

Después de haber salido victorioso en la batalla contra el monstruo nerd que habitaba en mí, decidí cambiar de estrategia. Ya no iba a continuar alimentando al monstruo, a mi mente, con teorías, conceptos, formas intelectuales que, evidentemente, no hacían más que agrandar mi caparazón, hacerlo más rígido y cada vez más fuerte. La experiencia luminosa del libro me enseñó algo muy importante:  si a nuestro talento, a nuestra capacidad, por más mínima que sea, la abrazamos y la practicamos desde el corazón, desde la entrega, se nos abren caminos increíbles, puertas desconocidas y oportunidades que nos conducen a lugares apasionantes, extraordinarios. Solo es necesario entregarse y confiar en uno mismo. Con fe.

A raíz de mi experiencia, me di cuenta de que mi capacidad intelectual, de introspección, estaban allí para algo, cumplían una función, y que si realmente las desarrollaba, si les daba un sentido útil, práctico, de transformación interior, era capaz de alcanzar la paz, expandir la consciencia, guiarla de regreso a casa. Así fue que decidí emprender, con humildad, paciencia y entrega, tal vez el trabajo más difícil y laborioso de todos, el que conducía hacia mí mismo. 

Aquella decisión fue como una especie de nacimiento, el inicio de una nueva consciencia, pero esta vez acá, en esta dimensión y en este plano físico, donde vive la mayoría de los mortales. El nuevo ciclo, el cambio de piel, comenzó con una muerte simbólica, una mudanza. Abandoné los libros que consideraba de excesiva información, libros de filosofía, de formas estériles, de discursos vacíos, conceptuales, y le abrí paso al conocimiento práctico, aquel que me acercaría hacia mí mismo. 

Despacio, lento y parejo, me abrí al verdadero conocimiento: metafísica, religiones comparadas, civilizaciones antiguas, tribus primitivas, espiritualidad profunda, zen, física cuántica, geometría sagrada, alquimia, psicología junguiana (la cual me iba a enamorar profunda y perdidamente). En fin, ahora estaba preparado, necesitaba respuestas, tenía las preguntas. Quería conocer el universo, comprender sus leyes, entender cómo funciona la naturaleza, el microcosmos reflejándose en el macrocosmos. Quería conocerme. Quería, simplemente, volver a casa.



Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El discurso vacío

Despedida

El poder del ahora