Experiencia número 2

A partir de mi segunda vez a la quinta dimensión (pongámosle un nombre new age) empecé a sospechar, a barajar la posibilidad de que alguien o algo me estaba llamando desde adentro, desde lo más profundo de mi interior, alguien que me decía, con voz seria y bien marcada: "Juan, quiero salir, dejame salir, fue suficiente". Era palpable observar allí una lucha entre dos fuerzas, mi ego versus mi yo real, la mente versus mi escencia. Yo solo quería saber cuál de las dos terminaría expresándose, llevándose la mejor parte de mí, o la peor. Porque sí, porque podía haber ocurrido que el anterior suceso fuese tan solo, quizás, algo pasajero, una ocurrencia agradable, algo que sucede, una casualidad, y nada más; pero no, ahí estaba otra vez, sucediendo: la intensidad, la plenitud, la energía, yo en la totalidad,  reconociéndome en todo. 

Sí, lo de siempre. Lo normal.

Expansión. Así, como el chicle, solo que esta vez no tenía idea si el chicle se había estirado, expandido centenas de kilómetros, miles, o kilómetros cuadrados. Lo más extraño, de esta segunda vez, fue que no ocurrió en un bus sino, increíblemente, leyendo. Sí, leyendo un libro.

Me considero, o me consideraba, una persona bastante inquieta, exploradora, intelectualmente hablando. Probablemente esa característica cambió después de conocer la quinta dimensión. Más que un lector, era un recolector de información, un teórico, un filósofo desempleado que podía devorar libros enteros, pero ningún conocimiento práctico, útil para la vida real. Me di cuenta de que no lograba aprehender nada de lo que leía, tan solo recolectaba conceptos, acumulaba teorías, ismos, pensamientos, formas mentales, intelectuales. 

Me fascinaba y me embelesaba el discurso de los grandes pensadores, el milagro del lenguaje, las bondades del abecedario, el idioma del intelecto. Era cómico, aunque algo triste, porque después de devorar un libro, dos libros, cinco libros, se me hinchaba el pecho e iba por la vida disfrazado, creando una pose, una imagen, y entraba en personaje de "mírenme, yo sé y tú no sabes nada, ven a instruírte conmigo". Y por ahí andaba el muchacho, el que creía que sabía, discutiendo con la gente y repitiendo discursos de otro. 

Quería saberlo todo, necesitaba respuestas, pero no tenía idea qué estaba buscando, o cuáles eran las preguntas, así que leía, a troche y moche sin ton ni son. Aunque en el fondo sabía que lo hacía para callar voces que no quería escuchar. Aquel mundo de libros era mi refugio, el lugar donde me sentía seguro. Era mi coraza, mi caparazón, mi fortaleza, mi castillo de naipes. Estaba ciego y no me había dado cuenta, había creado un monstruo de ocho cabezas y catorce brazos. 

Gracias a Dios, o al Universo, apareció ante mí un salvavidas, una poción mágica que iba a debilitar, poco a poco, al enorme monstruo con gafas culo de botella, el monstruo nerd de biblioteca. Y entendí algo, la enfermedad se cura con la propia enfermedad. Nunca lo había analizado, pero sí, tiene mucho sentido. 

Uno de mis libros favoritos es -y me saco el sombrero para nombrarlo- Siddhartha, la novela de Hermann Hesse. La habré leído, sin exagerar, 11 o 12 veces, aproximádamente. Puedo afirmar que cada vez que la leo, hasta el día de hoy, siempre es distinta, me enseña algo nuevo, me reconozco en algún aspecto que antes pasaba por alto. No podría asegurar qué esconde adentro ni qué secreto guarda entre sus hojas, pero tampoco quiero saberlo. 

Se me escapa en estos momentos la fecha y la época del año donde sucedió mi segunda vez; solo sé que era de noche y estaba en el living de casa, sentado en el sillón, agarrando el libro con las dos manos, inclinado hacia adelante y con los pies sobre el suelo. Me acuerdo que me detuve en una escena en particular, que tampoco me acuerdo cuál, y volví a leerla, a releerla, a reflexionarla, otra vez a reflexionarla, y boom, allí estaba, de nuevo en la quinta dimensión. Intensidad, energía, goce, bebiendo de la fuente. 

El libro entró en mí, o yo entré en él, fue como si atravesara y entrase en un enorme portal energético en el que la vibración es intensísima, y todo se percibe por primera vez, cada objeto, cada paisaje, cada instante. Como en la primera experiencia en el ómnibus, había nacido otra vez. Intuyo que en ese pasaje del libro reconocí la verdad absoluta en mí, la ley universal, la piedra filosofal, la fórmula de la alquimia que convierte el plomo en oro. Y fue hermoso, tanto como la primera, y la tercera vez.

Al fin pude absorber de un libro el conocimiento real, aprehender cabalmente desde el corazón, y ya no desde lo conceptual y lo teórico. El monstruo de mi mente se hacía cada vez más pequeño, hasta amigable, y empezábamos a reconocer el camino, nuevamente, a nuestro verdadero hogar.





Comentarios

  1. Yo recuerdo, hace ya muchísimos años, vivir la maravillosa sensación de trascender el aquí y el ahora, un viaje astral que me transportó por el espacio volando libre como los pájaros. Una experiencia que jamás se volvió a repetir. Me encontraba solo e incomunicado entre cuatro paredes y apenas recuerdo que cerré los ojos y aislé mis pensamientos concentrándome en un punto fijo hasta descubrir una ventana de luz que me permtió evadirme del lugar. Ya no estaba en la oscura celda y me alejaba rápidamente como por un túnel del tiempo, percibiendo la hermosa sensación de flotar en el espacio. Era y no era yo, como si me hubiera desdoblado. Recorrí la ciudad observando a la gente, puntos de luz distribuídos por miles en el aire. Pero mi corazón ansiaba estar con ella y llorando de felicidad, con ella pasé la noche.Regresé a las grises paredes de la celda y cuando a la semana ella me visitó, le dije, "estuve una noche contigo". Tuve la exacta respuesta como prueba de aquella exquisita experiencia: "Lo sé, sólo lo sé..."

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