Experiencia número 1

Es un hecho, casi una obviedad, las experiencias más intensas de la vida son las que más recordamos, aquellos sucesos que permanecen a pesar del trajín de los años y que quedan en la memoria de nuestras retinas, registrados, archivados, marcados para siempre. La huella es tan fuerte y el recuerdo es tan vívido y real que podemos recordar casi todos los detalles como si fuese ayer: la fecha, el lugar, lo que ocurrió antes, durante y después del suceso puntual. En mi caso, la fecha, entre otros detalles, no la recuerdo. Solo sé que aquella dimensión a la que fui arrastrado, empujado, absorbido, succionado, era un espacio sin tiempo, un lugar donde todo ocurría, (y aún ocurre), el presente dentro del presente mismo, un sitio donde se tiene consciencia de la propia consciencia.

Era primavera (¿o verano?), no me acuerdo, solo tengo registro de que tenía puesto una remera de manga corta y hacía calor; eran como las 11 de la mañana e iba en bus, en la línea 104, camino hacia la facultad. Para mí, el recorrido que realiza el 104 es el más lindo de todos. Sencillamente porque su recorrido es de los pocos que rodea una parte de la costa, del océano Atlántico, y uno viaja, a veces maravillado, a veces indiferente, pero siempre con el mar a su costado, entre las olas.

Habitualmente, cuando me tomo el 104 en sentido de ida aprovecho, si hay disponibilidad de asientos, a sentarme del lado izquierdo del bus; me gusta observar las olas mientras pienso, contemplar el movimiento constante del mar, la fluidez, el ir y venir. Aquel día no pensaba nada en particular, solo recuerdo que el bus se disponía a realizar una curva que rodeaba la rambla cuando, de un instante a otro, y de la nada, una poderosa fuerza me arrebató por completo, invadiéndome totalmente y esparciéndose por todo mi ser; una energía terriblemente desconocida, y a la vez sublime; era corriente en distintas formas, era goce, era plenitud; una energía misteriosa fue absorbiéndose en mí y llenándome de luz.

Me sentía como un superhéroe, pongámosle Spiderman, Hulk, Wolverine, en el momento que descubre su superpoder y no entiende mucho; bueno, en realidad yo no entendía nada. Mi nuevo superpoder lo estaba sintiendo, viviendo, explorando, y se sentía realmente bien. Solo intuía algunas cosas, algunas ideas, pero no quería priorizar en la parte intelectual, no en esas instancias.

En ese nuevo estado y con plena consciencia de mí mismo, supe en ese momento que había perdido totalmente mi identidad, yo ya no era, sino que yo era con todo. El ego, su identidad, el disfraz, el personaje y sus secuaces que habitaban en él se retiraron al instante. Y emergió, de las profundidades más recónditas del inconsciente, un ser luminoso, que se escondía donde no podían encontrarlo porque estaba muerto de miedo (vaya a saber uno por qué), un ser que quería vivir, sentir y expresarse libremente sin el peso ni el control de la mente. Y ya no era mente.

No me había dado cuenta, pero a mi derecha iba sentado un muchacho que, si mal no recuerdo, tenía una remera negra con el nombre de una banda de heavy metal. Lo miré perplejo, como si mirase por primera vez a un ser humano, como un bebé recién nacido mira a su madre y se reconoce a sí mismo en ella, en sus ojos, en su sonrisa, en su presencia. De igual modo, yo me reconocía en aquel ser humano con remera negra. Era muy extraño, pero para mí había nacido por segunda vez.

Giré la cabeza y miré al muchacho con la ingenuidad e inocencia de un niño, y a la vez con la inquietud de saber si él estaba en la misma dimensión que yo, quería preguntarle si en ese momento él era consciente de su propia consciencia, porque yo en ese instante lo era, y me sentía realmente en el Paraíso. Ahí mismo, un pensamiento se proyectó, una vocecita interior que probablemente me aconsejaba "Juan, ya sabés la respuesta", y entonces volví a girar la cabeza, esta vez hacia adelante, con la intención de seguir explorando el maravilloso Jardín del Edén.






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